los libros que lee Caro (e invitado)

viernes, 16 de marzo de 2007

Cuadernos de infancia


Este libro es una de esas ediciones que se hacen para la escuela, está subrayado tipo análisis de texto.

Para mí es una joyita.

Es un libro de prosa sobre los primeros años de la autora. Está organizado sin títulos, son breves relatos, como fotos.
El uso de las palabras de Norah Lange, es una cosa tan... pulida y a la vez que parece tan casual.
Me encanta.

Cita:

" Cuando llegamos a Tronador las descubrí en seguida. Después, todos los días, en mis viajes de ida y vuelta a la cocina o al baño, me era imposible dejar de verlas. Eran las únicas tres baldosas rojas que se destacaban en el patio viejo. Ignoro cómo sobrevivieron al tiempo, cómo no se destiñeron al sol.
Recuerdo que de buen o mal humor, obligada a cruzar el patio cuando anochecía, temiendo todas las sombras que querían asaltarme, vigilando de lejos la gran higuera del fondo que sospechaba siempre poblada de hombres, nunca pude abstenerme de dar el paso pequeño que unía las dos primeras, el paso alargado que apenas me permitía tocar la última.
No comprendo porqué, ni como me inicié en ese ejercicio que luego habría de asediarme. Creo que un día, al verlas, pisé dos de las tres baldosas. En seguida me pareció que lo otra también me esperaba y la rocé, indiferentemente, sin sospechar que de aquella condescendencia misteriosa y descuidada surgiría ese juego perentorio que, ante cualquier complicación, cualquier tristeza, me sería imposible dejar a un lado.
Las tres baldosas me angustiaban y me cansaban. Cierta vez decidí hacerme la distraída, y caminando ligero, atravesé el patio en línea recta. Pero sentí, al alejarme, que las baldosas me esperaban y tuve que retroceder para cruzarlas dos veces, como si les hubiera escamoteado algo, como si hubiera cometido una falta u olvidado una promesa.
Cuando murió Esthercita, lo recuerdo aún hoy, me dirigí a la cocina para servir café. Las tres baldosas vinieron a mi encuentro a través de las lágrimas. Pensé que el paso corto y el alargado pudiesen conferirme un aire de pirueta, de juego, inadecuado para ese momento. Miré hacia atrás, para cerciorarme de que nadie me veía y pegué el saltito con los ojos nublados de lágrimas.
Ya entregada, definitivamente a esa costumbre, las tres baldosas continuaron ejerciendo su influencia. Aún después de los veinte añosme persiguió ese hábito molesto que, en ocasiones, me irritaba. Quería olvidar esa debilidad, ese miedo. Era imposible. Algo me obligaba a volver sobre mis pasos.

Luego, cuando abandonamos la vieja casa, al despedirnos de los árboles antiguos, de las rejas estiradas y frías, de los patios agrietados, miré las tres baldosas.

Pasé sobre ellas, por última vez, con la sensación de que lo más cotidiano, lo más inútil, se quedaba solo. "

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